La sombra se atrinchera en el fondo de las zanjas que solían ser río y cable del suelo ahora irreconocible. Las nubes pierden la forma por tanta vuelta sin explosión, hasta el punto de anticipar el patrón, hasta volverse entramado, hasta que el viejo exiliado que vive entre chatarra de otros pierde la capacidad de asombro y se rinde, oxidado.
Mientras tanto, la torre estira el cuello. Quiere besar el castillo en el cielo que parece cada vez más cercano. Canta antes de tiempo; baña de luz los pisos plásticos, que se derriten y mutan en la pesadilla líquida desequilibrante, aturdidora y cruel para con todos los sentidos, que burbujea burlas y no se cansa de repetir lo tarde que es. Sólo seca y deja al mando a lo único peor que ella cuando se disuelve en jugos la lección.
Y el réquiem de esa falsa pasión de una vida desperdiciada resuena más allá del campo de gravedad, más todavía después de apagada una verdad; vibra y rompe dientes en el próximo escalón, en otra habitación. Y en forma de alta frecuencia traspasa e inquieta, produce un algo. No hay descanso. A cada trago real se hace más nítido, pierde lo críptico.
El cuenco, mientras se vacía, revela mundos escondidos, otros rayos de la rueda hoy ensombrecidos. Pero gira. Las cimas de plástico no resisten una vuelta completa, despegan rápido y no muy lejos del planeta se rinden para llover pero no en línea recta.
Gotea el ácido sobre la próxima era. El viejo se levanta, se lava el óxido con la tormenta. Sin embargo no se lamenta, hoy empieza.
