martes, 21 de septiembre de 2010

Abrojo

Las cosas empiezan a mostrar sus poros. Los abren y explotan como la pava silbadora viciando el aire. Y como ves los rayos a través de la nube de humo, lo invisible empieza a cobrar forma. El aire no se solidificó del todo pero hay de qué agarrarse. El mundo se cubrió de velcro y ahora se ríe de la gravedad.
Se ríe de la gravedad que etiquetaba otros momentos. La gravedad de buscarle más razón a los adornos que la de haber inventado la palabra capricho. La gravedad de que la piel muerta que te arranca la fricción del movimiento se extraña pero no se la reconoce empapelando el mundo, todavía con poros.
El velcro da de los mejores regalos y hasta te presta sus ojos.
Y ahí lo ves; un insecto enorme sobre el colchón. Retorcido y aplastado. Como la cucaracha, con el cerebro repartido hasta en sus patas. Hecho de ojos, de vellos levantados, de jugo chicloso. Espera que lo vengan a buscar. Las patas, tiradas al azar, se contorsionan de vez en cuando, se flexionan en espasmos alevosos, se recuerdan constantemente dónde está cada una. El insecto, con cada uno de sus diez corazones, con su cerebro licuado por el cuerpo, con los ojos del velcro caleidoscopiando las paredes sosas, va a mil. Puede estar en todos lados a la vez pero no puede dejar de pensar en quemar sus párpados. Y cuando esto era lo peor tenía la llama seduciendo sus dedos.
Y no para de pensar que nadie nunca va a estar ahí, que no importa lo que se diga porque hubo una vez un plano, un punto de vista, que nada va a describir o a descubrir. Y ahora es un feto abandonado, ensangrentado, con sus historias únicas y su irreproductibilidad tirado en la banquina. Una anotación en el margen del propio notario. Extraoficial.
Y ahora es un pedazo de cohete que se desprendió en la atmósfera. Que vivió romper el cielo, con el celeste impuesto, pero no puede salir del negro. Hasta el día que muestre los poros. Pero los días sólo existen bajo el sol.

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