martes, 19 de octubre de 2010

¿Eh?

Luz recalentada:

Es todo tan volador que el mundo es olas.
Todo menos la suela del zapato estaba en la orilla del aire, cuando un barrefondo gigante nos hizo notar que eramos el fondo y que nuestro aire era
líquido para alguien. Pastaba las casas del barrio. Todas esas en las que nunca había entrado. Cuántos sillones nunca entrarían en mi catálogo mental de sillones. Cuántas dinastías de olores se habían perdido, y de un mordiscón encapuchado y se enterrado vivas. En el aire las palabras se licuan, se hinchan y se pegotean, como fideos pasados a la velocidad de la chispa. La secuencia es siempre la misma: Se arma la nube sin saber cuando se armó, se deforma y puede ser cualquier cosa mientras siga desintegrandose a llantos y roces y kilómetros, hasta que se le camufle la sombra tanto hasta ser suelo, osea olas.
Ahora de nuevo estoy sordo, en la orilla, haciendo milanesa. Como un cerdo revolcado y contento, adicto a las arcadas, al anuncio permanente de una cadena de acordes que se hunde en el agua, donde cada eslabón que se saca arruga el agua y le frunce la cara, la concentra y encuentra siempre un acorde más tenso que el anterior. Esperando que todo colapse con el tapón. Desde la orilla, eso sí. Convencido de que hay tantas formas en las nubes como en las milanesas.

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